❝A treinta y un grados de latitud norte, la entrada hace tres noches en Amristar, capital del próspero Punjab, fue muy dura, como la de la primera vez años atrás cuando llegué a Katmandú, pero todo logró encajarse, con tiempo, con calma, sí, aunque muy favorablemente. El pollo al yogur con jengibre, preparado en el restaurante del mismo hotel, el céntrico Ramada, tampoco pudo conmigo y pronto salté a la calle, a pie, solo y sin guía, como suelo hacer, para ver el Harmandir Sahib, más conocido como el templo dorado.
La ciudad del oro y las aguas tiene todo el encanto que puedas pedir y una atmósfera propia y singular. En sábado (como uno de nuestros domingos) no cabe un alma más y las colas se hacen interminables. Eso, y que hay que aguantar descalzo tu turno, me desanimó hasta el extremo de querer abandonar el intento de cruzar una de las puertas de acceso al famoso recinto desde el principio…
Sin embargo, tuve la suerte de que me estaban observando de cerca y uno de los guardianes del templo se me acercó suavemente (lo vi venir enseguida hacia mí con determinación porque me debió de ver desorientado) y me sugirió entrar por las puertas de los relojes, que no tienen mostradores donde dejar zapatos y mochilas (debes descalzarte antes y meterlos en tu mochila) pero tampoco colas. Primer escollo superado.
Luego, ya dentro, conocí a uno de los jóvenes miembros de la guardia del templo, que era francés, y a una recién viuda quebequesa de larga edad, casada con un punjabí y que aterrizaba en Amristar por primera vez aunque hablaba el idioma local. Fueron de una ayuda impagable porque gracias a ellos estuve cerca de los detalles de las dos ceremonias que diariamente se celebran, la clausura y apertura del templo, a su hora y a horas, también, que para un turista extranjero resultan poco atractivas.
Son de esos clics del azar que te permiten completar una visita y ver al mismo tiempo cómo los turistas en grupo dan una vuelta alrededor del estanque sagrado y en ocasiones ni tan siquiera llegan a entrar en el templo (las colas una vez en el interior siguen siendo a pie descalzo pero cubiertos con unos turbantitos muy monos que les proporcionan las agencias de viajes, poco más), o los que van con guía privado, que al menos acuden a la hora del cierre de este magnético santuario (aunque se marchan cuando empieza lo bueno).
Tres días rondando el lugar han sido deliciosos. La comida punjabí tampoco tiene desperdicio. Mañana estaré durmiendo en Bhubaneswar●
